sábado, 28 de febrero de 2015

Los terremotos que cambiaron Chile
18:12

Los terremotos que cambiaron Chile



Por estos días se cumplen los aniversarios del 27F y el terremoto de 1985 -del que ya han pasado tres décadas-, dos ejemplos entre los cientos de sismos que  han ido modelando un país que quizás, sin tanto, variado e imprevisto movimiento de la tierra, hoy no sería el mismo.


Según el historiador Diego Barros Arana “el primer gran terremoto que hubiesen experimentado los españoles en suelo chileno” fue el del 8 de febrero de 1570 que echó abajo las pocas construcciones que había en Concepción, que se ubicaban en la actual comuna de Penco, zona que después fue inundada por un tsunami. Los habitantes del devastado poblado fueron organizados por religiosos para reunirse a rezar. “Los primeros que reaccionaron fueron ellos, aunque fue de manera espontánea. Se dieron cuenta que, cuando empezaron a rezar, las réplicas bajaron. Por eso pusieron una ermita y todos los años en la misma fecha se reunieron a hacer una misa cantada”, cuenta Alfredo Palacios, doctor en historia de la Universidad De Sevilla, España, y autor de Entre ruinas y escombros: los terremotos en Chile durante los siglos XVI al XIX, libro próximo a publicarse.

El siguiente antecedente de terremotos en la colonia fue el que destruyó Santiago en 1647, el que hizo entender a las autoridades españolas que había que prepararse para lidiar con los movimientos sísmicos. “Ese incidente es el que da vida a lo que podría llamarse un ‘protoestado’ chileno, porque por primera vez sus habitantes se preguntan: ‘¿Cómo nos vamos a organizar de una manera seria?’”, dice Mauricio Onetto, doctor en historia y civilización de la  Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París y autor de Terremotos en el Jardín del Edén. Desastre, memoria e identidad en Chile (siglos XVI-XXI).

En esos siglos se comienza a escribir la historia sísmica chilena con el nutrido registro de cartas enviadas a España dando cuenta de la lejana, sufrida y sobre todo catastrófica colonia para la que solicitaban ayuda, muchas veces exagerando los sucesos. “Nunca vamos a conocer la real magnitud de los primeros terremotos, porque la gente solía aumentar sus consecuencias para pedirle apoyo a las autoridades, como el virrey o el mismo rey, los que podían alivianar la cantidad de tributos o impuestos y así la gente podía usar esos recursos para la reconstrucción”, dice Palacios.

Eran cartas que reflejaban claramente la manera en que los españoles entendían el hecho de vivir en una tierra donde la catástrofe tenía su contrapeso en la solidaridad, la heroicidad y admirable sufrimiento de sus habitantes. “Lo interesante es cómo ese discurso del pueblo sufrido en una tierra catastrófica conformado por los españoles en los siglos XVII y XVIII, sigue estando vivo hoy y ha sido un eje dentro del discurso político”, dice Onetto apuntando a una relación que se haría más clara en la República: la de los terremotos con la política y el aprovechamiento que se hizo de estos.


La oportunidad terremoteada

 El 21 de marzo de 2010 -a menos de un mes del 27F- La Tercera publicó la carta La tarea de Chile hoy: reconstruir y avanzar, de Ricardo Lagos. En esta misiva el ex Presidente recordaba cómo otros terremotos de nuestra historia se habían transformado en oportunidades de cambio para distintos gobiernos del siglo XX. Este texto motivó a Magdalena Gil, socióloga de desastres en la Universidad de Columbia (Estados Unidos), a estudiar la relación entre terremotos y el Estado chileno. Los resultados de esta investigadora chilena están en su tesis de doctorado Catástrofe y construcción del Estado: Lecciones de la historia sísmica de Chile.

“Los terremotos siempre obligan al Estado a hacerse cargo y la ideología de los gobiernos de turno indica cómo se harán cargo. En ese proceso muchos presidentes han concretado ideas que tenían hace tiempo, pero que no contaban con los votos para aprobar. En ese sentido, son una oportunidad”, dice la socióloga.

El primer terremoto que reproduce esta dinámica es el que destruye -una vez más- Valparaíso en agosto de 1906. A principios de ese año se había promulgado la ley de habitaciones obreras, la primera política habitacional en la historia de Chile y que tuvo su prueba de fuego con el desastre. “Antes de 1906 el Estado jamás se había hecho cargo del tema de los terremotos”, explica Palacios sobre la tragedia que motivó la creación del Servicio Sismológico de Chile, varias comisiones ingenieriles y de sanidad y que, además, fortaleció el rol de la Caja Nacional de Ahorro para organizar los préstamos para compra de viviendas. ¿El hito? Los terremotos comienzan a dejar un legado. “Por primera vez el Estado se hace más eficiente, gana en capacidad y adquiere organismos que quedan para el día a día más allá del terremoto”, agrega Gil.

El ejemplo por excelencia de este efecto se vio en el terremoto de Chillán de 1939. La gran destrucción y la cantidad de muertos -entre 10 y 30 mil- sensibilizaron fuertemente al país y permitieron que el Presidente radical Pedro Aguirre Cerda concretara un viejo anhelo para enfrentar la reconstrucción y volver a reactivar el país: la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo). “Ésta estaba en su programa de gobierno, pero el terremoto le dio la excusa y, más importante aún, los votos para echarla a andar”, explica Gil. Para conseguirlo el mandatario usó una estrategia política: endosó la creación de la Corfo a la Comisión de Reconstrucción y Auxilio (CRA), propuesta que los senadores conservadores de la zona, quienes dieron los votos claves para la aprobación, no podían aparecer rechazando frente a sus electores.

En ese período surgen empresas como Endesa, CAP y ENAP que de alguna manera ligan el sismo de Chillán con el último gran terremoto del siglo pasado: el del 3 de marzo de 1985. Onetto explica que en esos años había una pugna dentro del Gobierno militar entre Hernán Büchi, ministro de Hacienda que promovía la privatización de las empresas estatales, y grupos que rechazaban la idea. Pero nuevamente la urgencia de la reconstrucción le dio la oportunidad a Büchi para concretar su plan, argumentando que era el método óptimo para obtener recursos y reconstruir el país. “Ese es otro ejemplo de cómo los terremotos se han transformado en una excusa para plasmar la visión política de los gobernantes de turno. Eso pasó en 1939 con Pedro Aguirre Cerda y de cierta manera también con Sebastián Piñera en 2010”, dice Gil. 


Cambiando la ciudad

Aunque ése no es el único legado de los terremotos en Chile. Después del terremoto de 1906 en Valparaíso había dos proyectos de reconstrucción, uno consistente en fortalecer el lado industrial del puerto y el que resultó ganador, que proponía remodelar el plan de la ciudad. “Se quiso limpiarle la cara a Valparaíso. En ese sentido es importante el rol del Estado, que se comprometió con la ciudad dando fondos no solamente para que se reconstruyera, sino para que se hiciera bien”, dice María Ximena Urbina, profesora de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. El proyecto, diseñado por el ingeniero Alejandro Bertrand, se desarrolló en el barrio El Almendral, dejando como legado muchas plazas y avenidas que hoy son características de esta ciudad.

Otro hito urbanístico -o antihito-, fue cuando en 1939 el famoso urbanista francés Le Corbusier se ofreció para rediseñar Chillán. ¿Qué pasó? Peleas entre arquitectos locales echaron por tierra la ambición del influyente arquitecto que quería aprovechar la oportunidad de diseñar una ciudad desde cero. “Los terremotos botaron el mundo colonial y no quedó absolutamente nada. Un ejemplo es Penco, que con el traslado de Concepción perdió su encanto, el Chillán antiguo, o el Santiago viejo que se cae con el terremoto de 1985”, apunta Palacios.

En ese sentido el Estado, desde 1906 y con organismos como la Corporación de Reconstrucción y Auxilio, la Corporación de Vivienda (Corvi) y finalmente el mismo Ministerio de Vivienda fueron levantando viviendas y regulando dónde ubicarlas. Y, como era de esperar, esto acarreó cada vez más exigencias de parte de la ciudadanía. “Mientras más el Estado se hace cargo de una catástrofe, en la siguiente más le exigen. Y es obvio: mientras más regulas, tu responsabilidad crece si las cosas fallan. Por eso, al final, el Estado es el último asegurador de riesgo”, concluye Magdalena Gil. 





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