lunes, 15 de junio de 2015

¿Una Europa congelada? El paradójico desenlace del calentamiento global
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¿Una Europa congelada? El paradójico desenlace del calentamiento global




Imagen promocional de la película The day after tomorrow

La hipótesis de que el calentamiento global, paradójicamente, podría conducir a un enfriamiento más o menos abrupto de las zonas más habitadas del planeta no es nueva para la ciencia. Tampoco para el público general, puesto que a mediados de la década pasada la idea alcanzó cierta notoriedad en los medios de comunicación. La película The day after tomorrow fue, sin duda, el producto de Hollywood que más contribuyó a difundirla.


¿Cuál es la base científica de esta hipótesis? Para responder a esta pregunta, primero es necesario comprender la dinámica global de las corrientes marinas y su importante papel en la regulación climática de la Tierra.

Impulsadas principalmente por el viento, las corrientes superficiales calientan unas zonas del planeta y enfrían otras. Los flujos calientes transportan calor desde los trópicos y los subtrópicos hacia los polos; como la Corriente del Golfo y su brazo que se alarga hasta el Atlántico Norte, que dan a Europa un clima más cálido del que tendría si no existieran. Como los vientos del oeste llevan esta corriente hacia tierra, los países del este del océano Atlántico tienen un clima más templado que los del oeste, aunque se encuentren a la misma latitud. Por eso el invierno en Reikiavik, la capital de Islandia, puede llegar a ser más suave que el de Nueva York, aunque la primera esté bastante más al norte que la segunda.

Por su parte, las corrientes frías hacen que se encuentren ciertas especies en lugares donde no se esperaría verlas. Por ejemplo, aunque la mayoría de los pingüinos viven en climas polares, existe una especie que vive en las Islas Galápagos (situadas frente a la costa de Ecuador), que tienen clima tropical. Esto es debido a la existencia de la Corriente de Perú, que transporta agua fría procedente de la Antártida a lo largo de la costa oeste sudamericana.

Sin embargo, las corrientes superficiales son solo la parte ‘visible’ de la circulación oceánica global, conocida también como circulación termohalina. Este gran cinturón, que conecta aguas de todos lo océanos, está impulsado por dos puntos de formación de aguas profundas: uno cerca de Groenlandia y otro en el mar de Weddell, en la Antártida. El agua se hunde en estos lugares por su mayor densidad, una propiedad que aumenta cuando lo hace la salinidad y/o cuando desciende la temperatura. Durante el proceso de formación de hielo que tiene lugar en los mares polares, la sal es expulsada al agua circundante. Esto hace que se cree un agua más densa, muy fría y con más contenido en sal, que se hunde para dejar que su lugar en la superficie lo ocupen masas de agua menos densas.

Las aguas que se han hundido en el Ártico se dirigen por el fondo del mar hacia la Antártida, donde se bifurcan hasta que vuelven a aflorar en el océano Índico y en el océano Pacífico. Por otra parte, los vientos provocan corrientes superficiales que transportan el agua menos densa y más cálida hacia el Atlántico Norte, donde se hundirá de nuevo al enfriarse y ganar salinidad. Este patrón de circulación a escala global tarda unos mil años en completarse.


Pero, ¿por qué razón la consecuencia del calentamiento global sería un enfriamiento de amplias zonas del planeta? Si el calentamiento fundiera el hielo ártico, tal y como está ocurriendo, se incrementaría el agua dulce de las zonas boreales. Esta agua, menos densa, probablemente ya no se hundiría, lo que podría provocar que la denominada cinta transportadora del Atlántico –el sistema de corrientes que mantiene cálida Europa– interrumpiera o cambiara su patrón de circulación. Si esto ocurriese, la temperatura atmosférica media de Europa caería en picado…



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